Francisco Sáez

EL PODER EN EL MUNDO DE HOY

Cuando niño, me dijeron que yo era chileno, que mi país se llamaba Chile, y que grandes hombres como Arturo Prat, O’Higgins, José Miguel Carrera, Manuel Rodríguez y otros, habían muerto por nosotros. De eso hace muchos años.

Es difícil para un niño comprender eso de “murió por nosotros”, porque las luchas de los hombres contra la injusticia, y la maldad no han logrado todavía penetrar su mente. Sobre todo si ese niño ha conocido los cuidados de una madre o una mano compresiva y cariñosa se ha posado alguna vez en su cabeza, después de haberse equivocado o cometido alguna falta.

Sin embargo, muy pronto llegará la adolescencia, presentando ante sus ojos lo que muchos llaman el mundo real, donde la naturaleza humana, con sus ambiciones, sus deslealtades, y traiciones, está llamada a terminar con su inocencia y sus despreocupados sueños y amores infantiles. Recién entonces comienza a comprender por qué algunos, sólo unos pocos, dieron su vida por nosotros, levantando su voz y luchando contra la injusticia que caracteriza a este mundo.

Es difícil para un niño comprenderlo, porque su inocencia y su alegría de vivir lo hacen inmune a esta desgraciada condición del hombre. Es inútil que se lo digan y se lo repitan, porque aún el sacrificio de Jesús, el más grande hombre que alguna vez haya caminado por la faz de la tierra, está sumido en las penumbras de su pensamiento. Para él más importante que su muerte por nosotros, fueron la estrella de Belén, los reyes magos y el humilde pesebre en que nació.

Basta para un niño con saber que el mundo se divide en buenos y malos y que los malos matan a los buenos, aunque siempre habrá uno entre los buenos, que, gracias a su fe y amor por la justicia, será llamado a ser el héroe que barra el piso con los malos. Y el premio que recibirá por ello, si es que en el camino no dejó su vida, será la conquista de un tesoro y el amor de la princesa de sus sueños.

Aprenderá que crecer en el mundo real, es lo mismo que vivir con miedo. Es olvidarse del coraje y el amor por la verdad. Es aceptar que la deslealtad, las maquinaciones y los complots bajo la mesa son el más seguro pasaporte al éxito, ya sea en la política o en los negocios. Un mundo en el cual el verbo conquistar se transmuta en el verbo negociar. Donde el que se atreve a señalar lo que está mal, y luchar por mejorarlo, es mirado como un ente conflictivo, al cual hay que poner en cuarentena y vacunarlo prontamente, negándole la sal y el agua en todo lo que se proponga. Un mundo en que no son dragones ni medusas ni gigantes de un solo ojo, los que los que se oponen a nuestros sueños impregnados de valores, de coraje e inocencia, sino que otro monstruo, más frío, más gelatinoso, más impersonal y asexuado, cuyo nombre en nuestros tiempos es adorado y glorificado: EL PODER.

El poder es la única cosa que hoy permite traicionar por nosotros, ser cobarde por nosotros, asesinar por nosotros y extinguir la vida en el Planeta por nosotros. A él todo le está permitido, menos morir por nosotros.

Y así será por largo tiempo todavía, hasta que el miedo a la libertad abandone el espíritu del hombre moderno, y sus fuerzas vuelvan a ser tonificadas por la fe, la compasión y el amor por la verdad. Sólo así, el manto de odio, de venganza, de resentimiento y miedo que guía los pasos de la opulencia, será definitivamente erradicado de la faz de la tierra, dejando ver el verdadero mundo real: Aquel que habita todavía en la mente de los niños.

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