Francisco Sáez

UN CENTRO SOCIALDEMÓCRATA: LO QUE CHILE NECESITA

 Socialdemócrata no se es, se llega a ser. Y a pesar de que muchos partidos de la centro-izquierda de nuestro país la usan como apellido, están aún muy lejos de llegar a serlo. Ejemplo de ello son el Partido Socialista, que hasta hace pocos años la acusaba de administrar el capitalismo, y el Partido Radical Social Demócrata, que en una convención pasada renegó de su apellido.

    La Social Democracia es una fuerza filosófica y política de centro que en Europa, y en la mayoría de los países nórdicos ha demostrado que el hombre puede vencer cualquiera sea dificultad que la sociedad pueda sufrir, sin caer en extremismos y conflictos irreconciliables, como ha evidenciado ser la lucha de clases sostenida hasta nuestros días por el comunismo y el socialismo marxista latinoamericano.

     Al contrario de ellos, la Social Democracia siente un gran respeto por la independencia de los tres poderes del estado, cada vez más amenazada, no sólo por la extrema izquierda latinoamericana, sino por amplios sectores de la que hasta hace poco tiempo fue: “La centro izquierda.”. 

    A la vez, rechaza cualquiera acción política que ampare el provecho personal o corporativo en la política y en los negocios, como se le ha venido permitiendo impunemente al poder económico en nuestro país, incluso durante los últimos gobiernos de centro-izquierda, en perjuicio de los sectores y regiones más desamparados y en alianza con políticos corruptos de todas las tendencias.  

    Lo que digo, es de gran importancia para comprender el escaso éxito exhibido por el arcaico accionar del socialismo marxista latinoamericano, que, consciente o inconscientemente, sufren todavía de una crónica tentación totalitaria cuando alcanzan el poder. Su visión anquilosada del Estado, donde sólo cabe una Constitución Política que perpetúe el gobierno de un caudillo y de un partido,  no sólo ha conseguido el debilitamiento de la economía donde ha gobernado, sino que también la agonía de los tres poderes del Estado, sin cuya independencia ninguna democracia puede subsistir. 

    Su  arcaica concepción de la economía y de la democracia, que antes necesitaba de un apoyo revolucionario para ser impuesta, ahora se ha visto favorecida por el fracaso del capitalismo extremo y el fortalecimiento de poderosos grupos económicos que no sólo han corrompido el mercado y la política, sino que han avasallado el medio ambiente y el derecho de todo ciudadano a la educación, la salud y el trabajo bien remunerado. 

    Así lo demuestran los dos gobiernos de Sebastián Piñera, que en gran parte pueden explicarse por la decepción de un pueblo que durante treinta años de gobiernos de centro-izquierda conoció, impotente e indefenso, el rostro indiferente, inhumano y muchas veces corrupto, de quienes sólo han buscado el enriquecimiento en la política.

    Quienes a su debido tiempo advertimos que la transición a la democracia no sólo tomaba un curso equivocado sino que en muchos aspectos estaba siendo traicionada, fuimos calificados de auto flagelantes y definitivamente erradicados de la acción política (Francisco Sáez, La transición inconclusa, año 1992; Una Crisis de Gobernabilidad, año 2015).  

    La democracia” – dijo alguien – “es una actitud del espíritu, una herencia espiritual.” Y agregó: “La política es todavía la más grande y la más noble de las aventuras.” Me atrevería a decir, sin embargo, que poco a poco en nuestro país y en el vecindario, ella se ha transformado en una actividad que limita con la liviandad y carente de todo contenido espiritual.    

    Retomar ese significado, así como la senda del crecimiento y el desarrollo sustentable es la tarea más urgente que le espera a nuestro país en el futuro inmediato. Ella caerá sobre los hombros del próximo gobierno, como una nueva transición, sólo comparable con la que debió enfrentar el presidente Aylwin en los 90. 

    Nadie podrá llevarla a cabo sin el sustento de un sólido centro político y de una nueva izquierda  tolerante e informada, con sólidas bases socialdemócratas, que libre de un populismo improvisado y perplejo, le permitan al país recuperar la paz y el rumbo perdido, con el concurso de una nueva clase política, honesta, consecuente y transparente.. 

 

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